Todo
comenzó como un acto desesperado, un intento de supervivencia.
Ansiedad,
angustia, tristeza. Una seguía a la otra y se volvían a repetir. Un ciclo
interminable.
Un
día como cualquier otro, mientras caminaba por el bosque, se encontró con otro
alma atormentada.
El
abrazo duró días y noches. Intercambiaron olores y sentimientos. Se contaron
toda sus vidas sin abrir la trompa.
Luego
lloraron.
Uno
empezó a reírse y el otro no pudo detener la carcajada que provoca el amor
correspondido.
Primero
les costo mucho creerlo. Luego estaban más convencidos que nadie en el mundo.
Uno
le dijo:
Te
crecieron orejas de peluche.
El
otro dijo:
A
vos te salió una nariz de peluche.
Hubo
un silencio. Dos, tres y hasta cuatros silencios más.
Corrieron
hasta el final y saltaron de alegría sin parar.
Algunos
dicen que se los ve cada tanto merodeando por el bosque. Otros dicen que los
escuchan por las noches, que sus risas despiertan a los gatos e inquietan a las
tortugas.
Son
ellos, los Peluches.
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